El mal de los cipreses

En esta nota se sugieren criterios para la comprensión del problema y las pautas a seguir cuando deban enfrentarse a esta enfermedad y todas aquellas que, actuando en forma individual o conjunta, sean responsables del secado de nuestras plantas.

Bajo la denominación de «mal, cáncer o tizón de los cipreses» se reconoce una enfermedad de los árboles con consecuencias devastadoras en ejemplares del género Cupressus. Desgraciadamente no quedó circunscripto a éste y se extendió a otras coníferas, como Chamaecyparis, Thuja, Libocedrus y Juniperus, con la característica en común de tener todas ellas hojas con forma de escamas.

Los primeros antecedentes de esta enfermedad se registran en 1930, en los Estados Unidos. Luego pasó a Europa para finalmente recalar en América Central y del Sur. Frente a una gran variabilidad de regiones agroclimáticas y situaciones, la primera pregunta que nos debemos plantear es si se trata de una única enfermedad. La respuesta es que no es única, considerando la multiplicidad de agentes patógenos que intervienen y los trastornos que provocan a las plantas. En la actualidad y en forma equivocada, bajo la denominación «mal de los cipreses» se engloban una serie de patologías que tienen un rasgo en común y muchas diferencias difíciles de apreciar a primera vista. La característica común que tienen estas enfermedades es la sintomatología de secado o atizonamiento de hojas y ramas.

¿Qué provoca el mal de los cipreses? La condición requerida para que una enfermedad pueda desarrollarse es aquella que presenta tres factores: un hospedante receptivo (la planta atacada), un patógeno infectivo (quien la agrede) y un medio ambiente favorable (para el agresor). La fitopatología moderna le agrega a los anteriores un cuarto factor: el tiempo, al entender que las enfermedades tienen un desarrollo a lo largo del tiempo que las condiciones ambientales pueden sufrir marcadas variaciones en su transcurso.

La responsabilidad de ser «el patógeno infectivo» está atribuida a hongos tan diversos como Seiridium, Phytophtora, Pythium, Cercospora, Pestalotia o Verticillium.

Acción fúngica.

Es importante saber cómo actúan los hongos mencionados. Un primer grupo -los llamados «del suelo»- terminan por provocar una podredumbre de raíces, cuello y base del tronco, o sea actúan debajo del suelo. Entonces, en un principio no muestran una sintomatología muy evidente en la parte aérea de la planta que nos indique lo que está pasando. El grave problema es que, una vez que se manifiestan los síntomas en forma evidente, en algunos casos el grado de deterioro de las raíces es tal que no hay tratamiento posible de aplicar con relativo éxito. En otros, cuando el diagnóstico es precoz y se detectan las primeras sintomatologías, las plantas pueden tratarse con buenos resultados.

Un segundo grupo -denominado «vasculares»- desarrolla su estructura en los vasos de conducción (xilema y floema) y los tapan. Así, no permiten la circulación ascendente desde la raíz a las hojas de savia bruta agua, sales y algunos aminoácidos) y la descendente de savia elaborada (carbohidratos y otros compuestos) desde las hojas a las raíces. A partir del tapón producido por las estructuras de los hongos se producen secados por falta de agua o se producen debilitamientos por falta de una nutrición adecuada. Para complicar aún más el panorama, hay que mencionar que si bien este grupo se instala en el xilema y floema, puede ocurrir que la vía de entrada en las plantas sean las raíces. Un caso particular es Seiridium cardinale, que produce «cancros», lastimaduras en forma de hendiduras en ramas y brotes. Al principio son pequeñas y luego se agrandan y pueden «anillarlos». Al profundizarse en los tejidos de conducción los inutiliza, provocando secados y posterior quiebre de brotes y ramas.

Hospedantes. A los mencionados anteriormente, sólo agregaré que en un inicio se pensó que estaba limitado sólo al género Cupressus, mientras el resto de las coníferas parecían resistentes, indicando el reemplazo de este género como herramienta de control. Con el correr de los años, al avanzar sobre los restantes géneros, se comprobó que esta estrategia no es del todo válida, y debieron buscarse caminos alternativos en la prevención y control de «las enfermedades del secado».

Medio ambiente. Sobre este factor, sin lugar a dudas, es el que el usuario de espacios verdes puede actuar con mayor facilidad y efectividad. Anteriormente manifesté que para que se produzca el desarrollo de las enfermedades era necesario un medio ambiente adecuado para «el agresor», o sea, el patógeno que infecta la planta. También es importantísimo destacar que un medio ambiente desfavorable para la planta aumenta su susceptibilidad a la infección, facilitando la acción de quienes quieren producir un daño.

Mucho se ha hablado del calentamiento global, de la polución en las ciudades, etcétera, sin dejar de reconocer su incidencia. Pero también hay que asumir los errores que comenten los propietarios y usuarios en relación con el manejo de las especies arbóreas. Citaré algunos ejemplos: plantación en suelos inadecuados (fertilidad y drenaje), elección de especies susceptibles, trasplantes y podas innecesarias, riegos excesivos, ausencia de un plan sanitario adecuado para cada situación, construcciones de viviendas y solados que afectan las raíces de los ejemplares existentes, ausencia de canaletas en los techos o sistemas de conducción que eviten los aportes excesivos de agua a los lugares donde se vuelca, restarle importancia a las primeros síntomas de secado, entre otros. Todo lo mencionado conforma situaciones de estrés fisiológico que provocan decaimiento y disminuyen sus resistencias naturales.

Tratamientos foliares. Se complica su implementación por la altura de las plantas en relación con la potencia necesaria para efectuar un mojado adecuado. Los productos a utilizar deberán ser sistémicos, alternando con los de contacto, sobre todo en el invierno. A costa de no realizar una aplicación perfecta, si se logran mojar los dos tercios de la planta, dejar el tercero más alto para la acción sistémica del producto.

Aplicaciones subterráneas. Puede realizarse mediante la utilización de caños plásticos agujereados. Su utilización está indicada en los casos de urgencias provocadas por podredumbres de raíces, recordando que la acción fungicida se transmite a las micorrizas benéficas, las que lamentablemente en el caso de estar presentes no han sido capaces de detener la enfermedad. Tener cuidado con los efectos fitotóxicos al aplicar directamente a la raíz.

Endotratamientos. Se trata de la aplicación directa en el interior del árbol, a través del uso de cápsulas, aplicaciones de alta presión o jeringas de baja presión, última innovación presentada para efectuar este tipo de tratamientos. Finalmente, debe tenerse en cuenta que en el secado de las plantas por acción de los hongos mencionados existen dos tipos de evolución de enfermedades. La de decaimiento lento o paulatino, en que las plantas tardan algunos años en secarse, y la del decaimiento violento, en que las plantas se secan en una temporada (generalmente entre la primavera y el otoño), llegando a extremos en los que pasan algunas semanas entre la aparición de los primeros síntomas y el secado total de los ejemplares.

Agradecemos la colaboración del Ing. Agr. Agustín J. Sañudo.

Créditos: revistajardin.com.ar

Crédito video: Green Carpet GT Jardinería y Agricultura orgánica

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